10.8.04

Memorias de tu adios (primera entrega)

Hoy se cumple una semana de aquel fatídico lunes 12, del cual salí tan mal librado, tambaleándome en mi propia incertidumbre y sintiéndome profundamente vapuleado sentimentalmente, culminando con una profunda inestabilidad emocional de la cual aún no he logrado recuperarme, incluso por momentos creo que me hundo más en ella.

Todo comenzó el viernes 2, ella regresó a la ciudad después de pasar unas vacaciones en las playas del caribe mexicano y me llamó para informarme de su regreso, yo realmente me sentí feliz por ello; aún no imaginaba la avalancha que estaba a punto de aplastarme; tras una conversación breve colgamos cada uno nuestro respectivo auricular, y durante algunos momentos disfruté de la noticia de su regreso.

El siguiente domingo decidí visitarla; fui hasta su casa y ella salió a recibirme con los brazos abiertos, tras un abrazo no muy largo pero bastante efusivo comenzó una plática un tanto superflua de la cuál no tiene caso abundar en detalles, bastará con decir que sólo se trataba de la calma antes de la tormenta; bastó menos de media hora para que ese día se tornará funesto, lo que parecía una grata conversación llena de buenas nuevas no era más que el preámbulo para darme la noticia que hoy me tiene hundido en un abominable caos. ¿La noticia?, sencilla:
--Me voy a regresar para allá; ya busqué donde vivir y hable con mis papás, dentro de una semana me voy.
No es necesario relatar el resto de la conversación; esa sola frase me dejó congelado, la decisión ya estaba tomada y yo no podía hacer nada al respecto, ella acababa de depositar su confianza en mi, buscando el apoyo de un amigo y yo sólo acerté a brindarle dicho apoyo tragándome mi sufrimiento.

El lunes volvimos a vernos, esta vez en un café, en una reunión con algunos otros amigos, las conversaciones fluctuaron sin un rumbo fijo entre los ahí presentes; ni ella ni yo quisimos tocar el tema de su partida. Así transcurrieron un par de horas hablando de cualquier cosa, hasta que llegó el momento en que yo debía despedirme, antes de partir sólo acerté a invitarla a salir el siguiente miércoles, ella aceptó y quedé en llamarla para afinar los detalles de dicha cita. Al día siguiente me comuniqué con ella y decidimos ir a ver una película en una plaza cercana a su casa el miércoles por la tarde.

Ella llegó primero y entró en un café desde el cual se puede apreciar claramente el ingreso de la plaza, se sentó y comenzó a esperarme, diez minutos más tarde entré yo con un libro de Saramago (que por esos días estaba leyendo) bajo el brazo, ella levantó una mano para llamar mi atención e inmediatamente me dirigí hasta donde estaba, un abrazo, un beso en la mejilla y me senté frente a ella, conversamos un poco y el sentimiento de nostalgia mezclado con tristeza y añoranza comenzó a apoderarse de mí; ella hablaba acerca de los preparativos de su partida, los trámites, el equipaje, elegir la ropa que necesitaría y la que no; yo la escuchaba un poco distraído por mis propios pensamientos, y cuando hablaba acerca de decidir entre varios libros cuales de ellos sería mejor llevar consigo fue justo cuando de golpe regresé a la plática, sin pensarlo siquiera le extendí el libro que estaba justo encima de la mesa y debajo de mi mano izquierda (el de Saramago), lo puse frente a ella al tiempo que le sugerí que lo llevara consigo, más que una sugerencia se trataba de una suplica, yo deseaba que ella lo tuviera, así que cuando ella argumentó que yo aún no terminaba de leerlo inmediatamente lo tomé, garabateé algunas frases al interior del empastado en las que le deseaba un buen viaje y lo volví a poner frente a ella; por unos instantes no hicimos más que mirarnos, sus bellos ojos se tornaron cristalinos, pero no derramó una sola lágrima, ya que, según sus propias palabras, no quería que la viera llorar, y creo que fue lo mejor pues al tiempo que sus ojos se cristalizaban mi rostro se fue desencajando en un extraño gesto que entremezclaba el gran amor que estaba sintiendo, con la angustia de no poder decírselo y la tristeza de la inminente partida; si ella hubiese derramado una sola lágrima el nudo en mi garganta me habría asfixiado. Tras un largo y tortuoso silencio, que seguramente no duró mas que unos cuantos segundos, miré el reloj en busca de una salida fácil y rápida; para mi mala suerte la encontré, faltaban apenas unos cuantos minutos para que comenzará la película que habíamos decidido ver y para la cual había reservado los boletos con anticipación vía telefónica. Ordené la cuenta, pagamos y nos dirigimos al cine sin decir mucho, en realidad yo nunca digo mucho, y cuando se trata de expresar sentimientos habló aún menos, siempre he tenido ese problema y siempre me lo reprocho demasiado tarde, esta ocasión no es la excepción; entramos en el cine, buscamos nuestra sala, entramos en ella y tras encontrar lugar en una sala prácticamente atiborrada nos dispusimos a ver la cinta en turno.

...............Hasta aqui la primera entrega, espero tener lista la segunda parte muy pronto..............

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